La curiosidad mató al gato

Mirarte al espejo. Encontrarte en películas. Soñarte por las noches.


Verte a ti, sólo a ti, nada menos y nada más, puede dejar de pasarte. Puedes metamorfosear, rajar el caparazón y verte tirado en el suelo, desnudo. O en la cama, con ropa. No hay nada peor que eso.

Puedes caer, como en un sueño de esos tan típicos en los que no dejas de precipitarte más y más. Estrellarte contra el suelo, por fin, y darte cuenta de qué está hecho el polvo. Puedes magullarte caminando entre zarzas pero tranquilo, que al final está el río.

Puede dejar de pasarte a ti para que os pase a dos. Puedes olvidarte de todo menos de una cosa y quizás hasta seas feliz. Tonto y pero feliz.

Sin embargo puede que también te vuelvas a reencontrar. Ya sabes que es así, la verdad siempre sale a la luz. A lo mejor te encuentras reflejado en un espejo. O en un charco. O te ves la sombra alguna tarde. O, quién sabe, te encuentras en una película.

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