Los inmortales

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¿Sabes cuando crees que sí pero al final es que no? Pues bien, tú no has sido el primero en sentir esa sensación.

Si eres de esos a los que las cosas les suenan, debes haber vivido antes. Hay gente de esa forma. Han vivido más veces. No es ni mejor, ni peor. Es simplemente más. 

Si te sabe la boca a tabaco -y me atreveré a decir Ducados y me atreveré a decir Blanco- y a algún tipo de alcohol barato sin ni siquiera haberlo probado, tú debes haber vivido antes. Si crees que todavía quedan evidencias de personas buenas sin haber conocido a ninguna y si el mundo sigue mostrando signos de crueldad y asco, tú debes haber tenido una vida antes que ésta.

No es cuestión de compartir cosas con nexos pasados. No es simplemente reencarnarse. Es adelantarse al hecho, es oír diferente y contar las cosas de una manera distinta. Es haber nacido ayer, aunque en tus documentos se cuenten 7300 días más. Es no llevar agarrado contigo más que el asombro de levantarte. 

Si tus pies se notan fatigados pero resueltos, si caminas como de puntillas, tú has tenido que haber vivido esto antes. Quizá no así, quizá no es azul sino que es magenta. Pero tú estabas aquí antes que yo.

Si tu color ha dejado de ser el que tú creías que era, tú debes haber vivido antes. Y no es que yo lo haya experimentado. Es que algunas noches, no demasiadas, me crucé con ellos. Me susurraron cosas entre el humo. Me dijeron que nada de lo de acá era verdad. Y no se me ocurrió otro nombre para ellos. Tuvieron que venir los inmortales.

Tus pedazos

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Ladrillo a ladrillo. Baldosa a baldosa. Pedazo a pedazo. Construyamos lo que quieras. Un chalé, una cabaña en la playa o en el bosque, una barca, una vida. Pero por dios, por dios te pido, manchémonos las manos juntos. 

Que no se acaben los pasos que haya que dar. No ahora. No hasta dentro de un rato. Llevo mucho tiempo buscándote y llevas mucho tiempo buscándome. No podemos dejar el tiempo escapar ahora.

Dejemos el lamento insano. Y que cuando haya que sembrar de dinamita los cimientos de esa casa que acabamos de constuir, que lo hagamos sin pensarlo. Que no nos dé pena lo alto que pueda volar. Que las cosas, a veces, se hacen para romperlas, y si no lo rompemos nosotros vendrá alguien a cargárselo en nuestro lugar. 

Y pasemos a otras cosas. Y construyamos algo nuevo. Y que no se acabe. Aunque sea tópico. Aunque sea típico. Que sea cíclico. Y así, hasta que no quede nada, ni nadie. Ni ciervos en el bosque, ni señoras con bicicletas ni huecos donde esconderse.

Los libros de historia solo cuentan algunas historias

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- Imagino que empecé a pintar cuadros por miedo a que me olvidasen. Cuadros para reflejar lo detestable que es la vida para aquellos que no saben dejar en ella su huella. 

Cada noche me proponía a trazar algo en un papel antes de acostarme. Eso era lo mínimo. A veces lo máximo. No lo hacía por perfeccionar mi técnica. Tampoco por aprender nuevas maneras de expresarme. Sabía todo lo que tenía que saber sobre cómo pintar de mis años de estudios plásticos. Simplemente lo hacía porque quería un lugar en algún lado. No sabía dónde, pero en alguna parte.


- Y entonces fue cuando la conoció a ella, ¿no es cierto?


- No, aquello fue más tarde. Durante esa crisis existencial yo a duras penas salía del estudio de Montparnasse. No comía por si la inspiración se me escapaba. Casi no dormía esperando a la musa; a las musas.


- ¿Y cómo acabó todo aquello?


- Simplemente acabó como tenía que acabar. Salí a la calle, me dio el sol en la cara, el viento me revolvió el cabello y todas esas mierdas.


- ¿Se dio cuenta usted entonces de que la vida merecía la pena vivirla?


- No. Lo único de lo que me percaté fue de que estaba pendiente de que me recordasen en lugar de aprovechar cada momento. Me decidí a tomarmelo todo con más calma y la conocí a ella, a su gente. Conocí corrientes artísticas, conocí el sexo que jamás había conocido, aprendí de cada baldosa.


- Y después, ¿qué ocurrió?


- Pues que todo se me pasó. Nada más. Volví a mi estudio. Volví a tener miedo de que me olvidasen. Comencé a pintar autorretratos que regalaba a parientes y amigos. Pinté más que nunca. Escribí incluso, a veces. Mi carrera fue más prolífica que en toda mi vida. 

Me propuse ganarme un puesto en los libros de historia. Me lancé a por mi efigie en la puerta del museo de El Prado.

Alternar no es positivo. A veces.

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Déjame que te diga que me da igual. En el fondo lo sé, no me importa lo más mínimo.

Me avergüenzo cuando me descubro mirando fotos de perfiles de gente que ni siquiera me importa. Me da rabia encontrarme a las dos y media de la mañana perdiendo el tiempo. Porque se escurre entre los dedos y lo siento. 


Ya lo han conseguido. Nos han llenado la vista de pantallas. Hemos comprado todos los modelos de la última tecnología posible. Tenemos teléfonos más inteligentes que nosotros y más vistosos. Programados para que nuestros ojos les dediquen el mayor tiempo posible.

Ya lo hemos conseguido. Nos hemos dejado atrapar. Hemos llegado alto y también hemos conseguido dejarnos arrastrar por ello. Y todo por sentirnos menos solos. Y todo por quitarle amargor a esta herida abierta que escuece. Y todo para llorar frente al plasma. 

Déjame que te diga que hoy voy a ganarle terreno al domingo. Ya está bien; siempre lo digo.

"Que así no vivo. Que no estás cuerdo"

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"Aumentaste la presión. 

Solo era cuestión de apretar un botón. Accionar el detonador que haría que mi mente y mi cuerpo volase por los aires. Simplemente necesitabas dejarme estar. Solamente mirarme para que saltara del pedestal y me rompiese la crisma contra el suelo. Sin embargo aumentaste la presión.

Mira lo que has hecho. Muévete, por dios. Descuélgate, descuélgame. 

Solo quiero que dejes de forzar la situación. Que dejes de forjar perspectivas que nunca existieron. Que dejes las cosas como están, que me dejes en el suelo. Que ya tengo yo bastante con mi gravedad y demás poderes de atracción. Que no puedo seguir con este ritmo, Philippe, que no puedo. Que así no vivo. Que no estás cuerdo.",


le decía su primera novia a Philippe Ramette. Y es que los locos jamás están contentos con el mundo. Ni siquiera poniéndolo patas arriba, cabeza abajo. Ni siquiera desafiando la teoría de la gravitación de los cuerpos.

Yoko y sus cosas.

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Imagino que es esto lo que se siente cuando se acaba algo –se decía Yoko Ono mientras subía al último piso por la escalinata.

Menuda mierda. Tanto gritar en el MoMA, tanto reivindicar el arte más puro y que todo se acabe así, de repente, en el lavabo. Ni siquiera en la ducha, como una buena estrella del pop. Pegándome contra el lavamanos en la frente. Manda narices.

Y realmente esto no es tanto. Se acaba y empieza otra cosa. Digo yo. Pero es que tampoco lo sé. Desde esta altura las cosas se ven muy bien. La terraza con forma de triángulo me deja saborear  el amanecer y es todo onírico. Las cosas que han pasado aquí debajo nadie las sabe. Mujeres y hombres que se cruzan haciendo de sus vidas algo más interesante. A mí tuvieron que venir a cimentarme. Para luego llegar yo disolver cosas por amor al arte.

Menudos huevos. Tantas cosas por hacer y yo aquí arriba. A lo mejor el cielo no es tan bueno como lo pintan. Creo que ni pude despedirme. Madrid me ha pegado fuerte y esta vez es literal. Las sombras de lo que han pasado dudo que dejen de acompañarme. Lo que me llevo acá es lo que tengo. Lo que aproveché o dejé escapar. Lo que disfruté en su momento. Todo lo que tuve y lo que conservo. Cada segundo que me cambió es lo que hizo de esta mierda algo eterno, grande y bueno.

Gracias, tiempo, por regalarme este momento y por dejarme respirar ahora que no sopla tanto el viento. Gracias, carajo, que tampoco me lo merezco.

Impulsos

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Y qué si me encanta volverme eléctrico.

Dormir poco no es nada si puedes disfrutarlo. Aprovechar el tiempo. Largarte al cine aunque tengas que hacer cosas más importantes. Rondar hasta las cinco de la mañana. Sentirte noctámbulo, como siempre has sido. Trabajar por algo bueno. Que si es bueno, yo juego.

No descansar demasiado. Permanecer alerta. No dejarse llevar por el resto y actualizar este blog que creías que habías olvidado.

Las descargas eléctricas dan sentido a esto que llamo vida. Necesito estar al cien o al cero. Odio los términos medios. Así me considero.

Y ahora vuelvo a escupir cosas sobre mí y que interesan poco en forma de tinta. De manchurrones de tinta.

Líquido.

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Tengo sueño. Se me caen los párpados del sueño. Se me caen al suelo y se aplastan contra la moqueta para luego perderse, casi líquidos.

Y yo los busco, no te creas. Rasco los filamentos de la alfombra roja en busca de ellos pero no están. Ya se han disuelto. Se esfumaron entre el polvo y los ácaros.

Tendré que vivir sin párpados a partir de esta noche. Me veré obligado a mirar con cara de incrédulo cosas que no son tan difíciles de creer. Necesitaré ir por la vida dando explicaciones de dónde se metieron mis párpados y por qué.

Siempre tuve unas bonitas pestañas pero ahora no estarán más donde solían estar. Tener pestañas y no tener párpados es como tener una lujosa vajilla y no tener nada para comer.

Recordaré esta noche como la noche en la que los ojos se me abrieron hasta el infinito, rodeados de luz y de esencias. Noche en la que descubrí mil cosas que ocurren y no sabes por qué, al menos hasta que descubres el porqué. Esta será la noche de las mezclas de música extrañas. Será la noche en la que me acosté tarde susurrándole a la lingüística y a los géneros. La velada en la que me cansé de cerrar los ojos ante las cosas que veo.


Noches de insomnio, caballeros. Letanías de perros, damiselas y señores, que para ustedes se compusieron.